Alguna semejanza
Este río cantado con la aurora
por un pájaro fluvial y tempranero,
encuentra hacia el atardecer la hora
llorona de los sauces y de un tero.
Por eso, acaso se parezca un poco
a quien es manso, aunque no quiera serlo,
y es un caballo que yo miro y toco
como quién toca un río sin saberlo.
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Paraguas chino
En los portales aduaneros,
justo ahí donde el río de la gente
se vuelve tributario del río de los barcos,
me sorprende la lluvia.
Cruzo la calle y compro un paraguas.
No puedo yo abrirlo del todo.
Me lo cambia el vendedor y me dice:
—Paciencia, es un paraguas chino.
Pienso en La Gran Muralla,
en los misterios de la Ciudad Prohibida,
en la fidelidad de la brújula.
Un rato pienso en China
como si fuera yo un director de cine
en busca de un argumento.
Me detengo en la dinastía Ming,
En un jarrón, en una novela.
Y no digo una sola palabra, llueve.
La tristeza muestra su rostro
en una ventanita lejana.
Llueve sobre los árboles
y en la memoria de los árboles,
verde memoria
de dríades, de hadas y de aves.
Llueve después de años de inútil conversación
con uno mismo al modo socrático.
Llueve con los minutos de la dicha
y los segundos de la felicidad
y las horas que este día
prodiga.
Llueve con una melodía intensa
que ya me sale al paso y me recuerda
un capítulo cualquiera
de mi interminable autobiografía:
libro confuso, lleno de frases tachadas.
Quién sabe si la mía, la de verdad mía,
no es tan sólo la historia de un instante
que otro instante me ofrece a cambio de lo mismo
como gotas de lluvia
que dan paso a gotas de lluvia
que dan paso, que dan, que que, que…
Sigo con el paraguas abierto.
Sigo bajo la lluvia sedante en la
seda del paraguas.
Sigo con la historia de una tarde.
Y, mientras llueve y yo camino
esquivando automóviles, también pisando flores
caídas hoy de un árbol o de un sueño,
se borra la ciudad, actriz principalísima.
Aparece un actor secundario.
Con él, una actriz de reparto.
Es un regreso, como todo amor.
Él, puesto que de él hablamos,
a ella vuelve, vuelve a esos ojos
que derramando van una mirada
dulce como la lluvia
y cálida como esta primavera.
Ambos escritos pertenecen al poemario El arte de la sombra (Ediciones del dock, 2011).
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Jacobo Rauskin (1941, Villarrica)
Poeta paraguayo de incalculable valor que inició con su poesía desde muy temprana edad. Publicó una variada cantidad de poemarios de los cuales caben destacar: Casa perdida, Jardín de la pereza, La noche del viaje (Premio La República, 1988), La canción andariega, Alegría de un hombre que vuelve, Fogata y dormidero de caminantes (Premio Municipal de Literatura, Asunción, 1996), Adiós a la cigarra, El dibujante callejero, La ruta de los pájaros, La rebelión demorada, Espantadiablos, Los años en el viento, Andamio para distraídos, Las manos vacías, El arte de la sombra (Ediciones del Dock, 2011) y seis antologías de sus obras en las que se incluye -de lectura obligada- La nave (Ediciones del Dock, 2010). En Huesía 1 publicamos del autor los poemas “Égloga posible”, “Compañeros” y “Ella”.
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