estela figueroa



El nunca


Nunca tuve un amado

que hiciera un largo viaje por los campos para verme.

Nunca le saqué las botas a un hombre cansado.

Nunca tuve un amado.

Nunca viví en el campo.

Pero hice de mi casa un lugar

donde brindo tierna hospitalidad a las plantas y los

animales.

Nunca supe qué me quieren decir los ojos de un

hombre

cuando me dice que me quiere.

Pero conozco muy bien la mirada de mi perro.


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Pequeños asesinatos


Una noche en que volví tarde a casa

la vi disparar rauda y oscura

desde el canasto de papas que está en un extremo

de la cocina

hasta el otro

al costado de la heladera

donde acumulamos botellas vacías de vino y

gaseosas

que en gloriosas jornadas de limpieza

sacamos a la calle.


-: Tenemos una laucha –dije a mi hija Florencia-.

Es gorda. Vive detrás de la heladera.

Habrá que matarla –me contestó ella.

Habrá que poner triguillo fuera del alcance de Toto.

(Toto es nuestro perro)

Pero pasaron los días

y ninguna de las dos iba a la ferretería

en busca del triguillo.

Y la laucha seguía corriendo rauda y oscura de un

extremo a otro

-en la cocina-

ante la mirada curiosa de Toto

y ya sin importarle si estábamos nosotras o no.


-: Esta laucha se está tomando mucha confianza

recuerdo que dijo mi hija.

Bueno.

De manera que a la mañana siguiente me encaminé a

la ferretería

y compré el triguillo Drumolive

hecho con glándulas disecadas de roedores

lo cual –según decía el prospecto-

ejerce una poderosa atracción sexual sobre sus

iguales.

La caja estuvo envuelta varios días sobre la mesa de

la cocina

hasta que Florencia

-que es más expeditiva que yo para estas cosas-

abrió el paquete una noche

llenó potes con buena parte de su contenido

y acomodó estos potes estratégicamente.


Durante varias mañanas

mientras yo tomaba té leyendo a Carver

la sentí comer ávidamente.

Es cierto. Nadie

nada escapa

de lo que implica una atracción sexual.

Los ruiditos terminaron

y Carver y yo quedamos solos.


Charlando sobre la proximidad de una jornada de

limpieza de la casa dijo mi hija

-: Parece que la laucha se murió. Ya no se la oye.

-: Es cierto –respondí-. Yo tampoco la oigo. La

matamos.


Ambos poemas pertenecen al poemario La forastera (Ediciones Recovecos, 2007).


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Estela Figueroa (1946, Santa Fe)

Nació un 12 de agosto en la ciudad de Santa Fe, donde reside. Coordinó distintos talleres literarios en el Pabellón de menores de la cárcel de Las Flores; lugar donde editó la Revista Sin alas. Desde su aparición en 2001, dirige la Revista La Ventana, que edita la Dirección de Cultura de la Universidad Nacional del Litoral, donde a su vez trabaja en otros talleres de escritura. Es colaboradora en el diario El Litoral (Santa Fe) y ha sido publicada en nuestro país como en el extranjero. Publicó un libro de reportajes, El libro rojo de Tito (1988) y compiló un volumen de ensayos, Un libro sobre Bioy Casares (2006). Sus poemarios son: Máscaras sueltas (1985), Maschere mobile (1987 - edición italiana de “Máscaras sueltas”), A capella (1991) y recientemente, La forastera (Ediciones Recovecos, 2007 – edición subsidiada por la Secretaría de Cultura del Gobierno de santa Fe).

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